精彩内容 CUATRO Como los pies del menor de nuestros hijos, Leo, no alcanzaban al pedal de su bicicleta, montaba metiendo la pierna derecha por entre la barra con la cicla inclinada del mismo lado. En la escuela, las mesas de ping-pong eran de cemento y estaban hechas a la altura de los infantes. Allí aprendió él ese deporte, pero cuando jugaba en las mesas de tama?o estándar, su cabeza apenas sobresalía por encima de la tabla. El calor del verano se le hacía insoportable a Leo mientras veía cómo de su cara y sus manos brotaba el sudor a manantiales. Bebía agua como un beduino, y en las tardes trataba en vano de aplacar ese fuego sumergiéndose en la piscina. Lo peor, la única agua bebible era la que se servía hirviente de termos, y quienes querían tomarla fría la dejaban destapada desde las primeras horas de la ma?ana. Tal vez el único hábito chino que Leo se mostró definitivamente reacio a asimilar fue el de ingerir agua caliente, frente a lo cual hubiera preferido morir de sed. A decir verdad, no sólo él la rechazaba, sino los cuatro en bloque. A mí, me traía el recuerdo de un pasado ya remoto en que la abuela me embutía a la fuerza vasados de agua caliente para provocarme vómito cuando algún malestar me acosaba con síntomas de intoxicación. A la profesora Luo se le ocurrió la idea de ponerles nombres chinos a nuestros hijos, y lo hizo llevada tal vez por el presentimiento de que sería larga nuestrapermanencia en China. Era un acto simbólico, y no había razón alguna para oponerse. Luo fue la más activa en el acto bautismal, pero el decano de la facultad de espa?ol
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